Esta vez seré más escueto que la anterior.
Películas de aquí y allá. El mes ha sido favorable. Frank
(2014) es una película que destila humor, con una narrativa impredecible y un
final con aperturas que amplían una lectura que de por sí, era fructífera. La
actuación de Fassbender es de primera categoría. La escena con los padres de
Frank es verdaderamente memorable, desmitifica un montón a los músicos
excéntricos.
La Guía para pervertidos a la ideología (2012) del
desopilante Slavoj Žižek, es un exploratorio que sirve tanto para el verdadero
análisis crítico cinematográfico como para simplemente pasar un buen rato. Tuve
que hacer rewind para la escena del Kinder sorpresa, maldito gordo goloso. Mención
aparte, es la única vez en que algo referido a la mugrosa Titanic del
igualmente mugroso James Cameron me ha parecido interesante.
The Day the earth stood still (1951) era una deuda para mí desde
que la vi en mis años prepúberes en canal 13, cuando el mundo era maravilloso y
la tele limpia te otorgaba supersentai un día y películas cincuenteras al otro.
¿Qué se puede decir este peliculón? Es la prueba de lo que de verdad se puede hacer
con las imágenes. Véanla, es un puto mandamiento.
Tokyo trash Baby (2000), una muestra de que la inventiva
japucha no sólo sirve para atrocidades y animé cutre. Las actuaciones pecan de
efectismo y en algunos momentos el aire amateur da la apariencia de que uno
puede subestimar el filme sin culpa, pero en conjunto, es una obra hermosa,
mucho más interesante y profunda que la que parece su influencia directa,
Amelié.
Lo mejor para el final. The Road (2009), una película de
otro calibre. Tenía que ser una adaptación de un maestro como Cormac McCarhty. ¿Hartos
del cine catastrofista mierdero de Roland Emmerich? Denle un repaso a este
fresco de imágenes tan perturbantes como hermosas. El final es un poco difícil
de digerir, pero las aristas de pensamiento que abre son cuasi infinitas. Viggo
Mortensen es un actorazo, uno de los mejores de su generación, y lo digo sin
sonrojarme.
Literariamente, no han sido semanas fructíferas, aunque sí
variables. Allá en la librería leí Wagahai wa Neko de aru, una novela del
genial maestro Natsume Soseki, del que podría aprender un montón el tan mentado
Mishima. Son casi ochocientas páginas de espesos diálogos sobre el delirio de
la mente humana y la ironía del mismo acto de pensar. Y las vivencias de un gato
sin nombre. Ahí está, ¿qué más hace falta?
También ha estado Por senderos que la maleza oculta, de Knut
Hamsun (1949). La caída de un autor respetado en el escarnio da el pie a uno de
los testimonios más desgarradores que he leído alguna vez. Jamás en mi vida
pensé que sentiría lástima por alguien relacionado con la barbarie nazi.
Llegué a la saga de Otherland, de Tad Wiliams con retraso. Me
propuse leer el cuarto libro, que es el único que pude recabar. No lamento la
ausencia de los demás. El tremendismo de su prosa y su obsoleta manera de ver
la realidad virtual, amén de sus carencias como prosista me han alejado de una
obra que pudo ser grande y se quedó en un pseudo clásico de culto que brillará
alguna vez sólo porque no gusta tanto.
Eso fue hoy. De la introducción a la literatura fantástica , de Todorov, las Crónicas Marcianas de Bradbury o Nuestra Especie, de Marvin Harris, hablaremos en la próxima entrega. Asimismo, le debo una reinvindicación a Sidonia no Kishi. ¡Ahí se ven!