Podemos hablar de películas pasables, luego de recordables, de prodigiosas. Luego están obras maestras como Full Metal Jacket o la primera Godzilla, incluso más allá está Kung Pow, pero en un lugar entre estas últimas, está Ran, la segunda película que he tenido el gusto de disfrutar proveniente del retorcido pero poético cerebro del maestro Akira Kurosawa, un hombre que no necesita presentación, pues su nombre es un referente absoluto de lo que significa hacer cine, y ahora entiendo a las claras el porqué.
Y no, no es gracias a que el coproductor fue un francés (más precisamente Serge Siberman, uno de los soportes que el arte de Buñuel necesitó en sus años, cosa de la que taaal vez hablemos luego), ni tampoco al concreto hecho de que las actuaciones son ridículamente buenas. No, el asunto con una obra maestra de este calibre es el conjunto de sus elementos y cómo funcionan juntos. La época, el siglo XVI, con el súmmum de las guerras feudales en la islita nipona, el shogunato aún en pañales y unos samuráis un poco más desatados.
No, no tan desatados (Qué buen fan art)
¿Samurais desatados? Pues sí, a finales del XVI, allá por 1580, o símiles, los señores feudales tenían a su disposición ejércitos mejor alimentados y más cultos que antes, al punto de que era viable que un guerrero cualquiera (bueno, no TAN cualquiera) fuese un consejero de estado, y hasta una figura quizá paternal. No olvidemos que los títulos venían de manera hereditaria y muchos señores morían antes de que el chico fuese siquiera un hombre como tal.
Bueno, regresemos al punto. La peli es una adaptación de una de las obras de Shakespeare, “El Rey Lear” pedir un resumen de la tragedia shakespereana es pedirme demasiado, pues mi cerebro sufrió daños irreversible cuando leí Hamlet de pequeño y eso me ha generado una particular tirria por la obra del británico imaginario. Pero fuera de un resumen, puedo hacer una sinopsis que la relacione con la obra que hoy tengo entre manos y sobre la que escribo, o algo que se asemeje a una sinopsis.
Ahí va, el Rey Lear, envejecido y casi senil, pero aún cariñoso, decide legar su imponente reino a sus tres hijas, Goneril, Regan y Cordelia, junto a sus maridos. La menor desprecia la adulación que las otras dos hacen al saber esto y pronostica que eso terminará mal.
Bueno, regresemos al punto. La peli es una adaptación de una de las obras de Shakespeare, “El Rey Lear” pedir un resumen de la tragedia shakespereana es pedirme demasiado, pues mi cerebro sufrió daños irreversible cuando leí Hamlet de pequeño y eso me ha generado una particular tirria por la obra del británico imaginario. Pero fuera de un resumen, puedo hacer una sinopsis que la relacione con la obra que hoy tengo entre manos y sobre la que escribo, o algo que se asemeje a una sinopsis.
Ahí va, el Rey Lear, envejecido y casi senil, pero aún cariñoso, decide legar su imponente reino a sus tres hijas, Goneril, Regan y Cordelia, junto a sus maridos. La menor desprecia la adulación que las otras dos hacen al saber esto y pronostica que eso terminará mal.
Al Kurosawa se lo ve re-buena gente, con lenteciillos cool y toda la cosa
Bueno, en Kurosawa, las hijas son tres muchachotes y sus esposas. Jiro, Taro y Saburo. Muy poco de parecido hay luego de eso. Las esposas son en realidad las hijas de los antiguos señores de tierras que el rey Hidetora (Lear en sí) conquistó, obligando luego a los mismos a hacerse la zeta del zorro en los intestinos. Claro, el seppuku, tan típico, y luego, las pobrecillas tuvieron que casarse con los hijos del sujeto que asesinó a sus familias y lo destruyó todo. Trágico, trágico, trágico. Pero luego vienen las peleas. Si los esposos de Goneril y Regan lo hacían bosta a Lear, Jiro y Taro unen ejércitos amarillo y rojo bajo los designios encubiertos de la perversa esposa de Taro, la infernal Kaede, la verdadera estrella de la película. Quisiera ver alguna chica de occidente haciendo tan bien los papeles de esposa fría, de mujer distante, de asesina, de lasciva vampírica y de conspiradora con toda esa maestría, ah, y además, con ropa más incómoda que teclado comprimido sin eñes.
No, no sólo tiene un tantou, de verdad es diabólica
Yendo al punto de nuevo, el buen Kurosawa no se gastó en detalles, pequeños o enormes. Pequeños, pudiera ser un pequeño zorro de peluche, simbólico, artesanal, casi anecdótico, pero hermoso en su poderío metafórico. Enormes, la formación geométrica de los ejércitos de Jiro y Taro en el asalto al segundo palacio, cuando destruyen a la valerosa corte de Hidetora. Los colores también hacen lo suyo.
Aunque en las fotos que se ven en internet, sólo aparecen los rojos
Aunque en las fotos que se ven en internet, sólo aparecen los rojos
Taro, el mayor, influenciable, ostenta, así como sus tropas, un amarillo que si bien es rimbombante, peca, casi, de impersonalidad. El rojo de Jiro realza su intensidad, su ardor, su furia, de última, su impetuosidad. Saburo y sus tropas ostentan un celeste que hace pensar en calma, en pensamiento con más detenimiento.
A ver, muchachos, esos colorcitos de super sentai no son muy artísticos...
Mal por el Daimyo Hidetora que ni en eso se fijó al momento de desdeñar a su joven y deslenguado, pero honesto retoño.
Hidetora no era un tipazo, pero, qué pinta
Así pues, Saburo es el único que a fin de cuentas es leal de verdad a Hidetora, al enloquecido señor de ese reino, quien termina sus días vagando por páramos de lo más onírico, visitando a las víctimas de sus violentos años de gloria, arrastrando con él a su último y más valioso sirviente, su bufón, por quien daría incluso la vida de los sirvientes de sus hijos.
Uagh! De loco se ve mejor!
Pero lo poco que puedo escribir no hace justicia. Las letras no lo hacen. Ran es un testimonio a la forma más pura de hacer arte, imágenes que nos relaten algo, imágenes que nos conmuevan, que vivan por sí solas y que nos lleven a ese hermoso mundo que llamamos inspiración.
Pero lo poco que puedo escribir no hace justicia. Las letras no lo hacen. Ran es un testimonio a la forma más pura de hacer arte, imágenes que nos relaten algo, imágenes que nos conmuevan, que vivan por sí solas y que nos lleven a ese hermoso mundo que llamamos inspiración.
El palacio ardiendo me recuerda a Pulgasari. Ya sé, anacrónico, fuera de contexto, de lugar, pero, qué divertido...
Para terminar con buen sabor de boca, el majestuoso trailer a cargo de Dead Can Dance:
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